28 jun 2010

Latín Eclesiástico (1)

Con la expresión “Latín eclesiástico” nos referimos a la lengua latina que se encuentra en los textos oficiales de la Iglesia (la Biblia y la Liturgia) y en las obras de los primeros escritores cristianos occidentales, que se comprometieron en la exposición o defensa de las creencias cristianas.

1. Características

El Latín eclesiástico difiere del Latín clásico especialmente por la introducción de nuevas expresiones y palabras (en la sintaxis y el método literario, los escritores cristianos no son diferentes a otros escritores contemporáneos).

Estas diferencias características se deben al origen y propósito del Latín eclesiástico.

Originalmente el pueblo romano hablaba la antigua lengua del Lacio, conocida como “prisca latinitas”.

En el siglo III a.C. Ennius y otros pocos escritores, preparados en la escuela de los griegos, se propusieron enriquecer la lengua con ornamentos griegos. Este intento fue alentado por las clases cultas de Roma, y era, justamente, a estas clases, a las que se dirigían los poetas, oradores, historiadores y cenáculos literarios.

Así fue que, bajo la influencia combinada de la política y la aristocracia intelectual, se desarrolló el Latín clásico, que llegó hasta nosotros preservado en su mayor pureza en las obras de Cesar y Cicerón.

La masa del pueblo romano, en su rusticidad nativa, permaneció al margen de esta influencia helenizante, y siguió hablando la antigua lengua.

Así sucedió que, después del siglo III a.C., existieron en Roma, al mismo tiempo, dos lenguas o, mejor dicho, dos idiomas: el de los círculos literarios o helenistas (“sermo urbanus”) y el de los iletrados (“sermo vulgaris”), y cuanto más se desarrolló el primero, más aumentó la brecha entre ambos.

Pero a pesar de los esfuerzos de los puristas, las exigencias de la vida diaria ponían a los escritores “cultos” en contacto permanente con la población iletrada, por lo que se veían obligados a entender su lenguaje y, al mismo tiempo, hacerse entender; forzosamente, en la conversación tenían que emplear palabras y expresiones que formaban parte de la lengua vulgar. De esta manera surgió un tercer idioma, el “sermo cotidianus”, una mezcolanza de los otros dos idiomas, que varió en la mixtura de sus ingredientes a lo largo de los distintos periodos de la historia y según la inteligencia de quienes lo utilizaron.

2. Orígenes

El Latín clásico no duró mucho tiempo en el altísimo nivel al que Cicerón lo había llevado. La aristocracia, que era la única que lo hablaba, fue diezmada por la proscripción y la guerra civil, y las familias que ascendieron en la escala social eran principalmente de origen plebeyo o extranjero, y en ningún caso estaban acostumbradas a las delicadezas de la lengua literaria.

La decadencia del Latín clásico comenzó en la era de Augusto, y fue en aumento a medida que terminaba. Como se olvidó la clásica distinción entre la lengua de la prosa y la de la poesía, el Latín literario, hablado o escrito, comenzó a tomar prestado cada vez más libremente del discurso popular.

Ahora bien, fue en esta misma época, cuando la Iglesia se vio en la necesidad de construir un Latín por sí misma, y es esta la razón por la que su Latín tenía que ser distinto al Latín clásico. Pero sin embargo también hubo otras dos razones: antes que nada, el Evangelio tenía que ser difundido a través de la predicación, es decir, por la palabra hablada; y después, los heraldos de las buenas nuevas tenían que construir un lenguaje que llamara la atención no solamente de las clases literarias sino también del pueblo entero. En vista de que buscaban atraer las masas a la nueva Fe, tuvieron que “bajar” a su nivel y emplear un discurso que fuera familiar para sus oyentes.

San Agustín se lo dice muy sinceramente a sus oyentes: “A menudo empleo”, dice, “palabras que no son latinas, y lo hago para que ustedes me entiendan. Es mejor incurrir en la ira de los gramáticos, y no que el pueblo no me entienda” (en Psal. cxxxviii, 90).

Por extraño que pueda parecer, no fue en Roma donde comenzó la construcción del Latín clásico. Hasta mediados del siglo III, la comunidad cristiana de Roma hablaba principalmente el griego. La liturgia se celebraba en griego, y los apologistas y teólogos escribieron en griego hasta la época de San Hipólito (m. 235). Lo mismo ocurría en la Galia, en Lyon y en Vienne, en todos los casos hasta los días posteriores a San Ireneo.

En África, el griego era la lengua elegida por los clérigos, en principio, pero el Latín era la lengua más familiar para la mayoría de los fieles: pronto debió tomar el liderazgo en la Iglesia, a partir de Tertuliano, quien escribió algunas de sus primeras obras en griego pero que terminó empleando solamente el Latín. Y en este uso había sido precedido por el Papa Víctor, también africano, quien, como lo asegura San Jerónimo, fue el más antiguo escritor cristiano en lengua latina.

Pero incluso antes de estos escritores, varias Iglesias locales debieron notar la necesidad de traducir al Latín los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, cuya lectura constituía una parte fundamental de la Liturgia.

Esta necesidad surgió tan pronto como se hizo más numerosa la feligresía que hablaba Latín, y con toda seguridad se sintió primero en África.

Por un tiempo alcanzó con las traducciones orales improvisadas, pero pronto se hicieron necesarias las traducciones escritas. Estas traducciones se multiplicaron. “Es posible enumerar”, dice San Agustín, “a aquellos que han traducido las Escrituras del hebreo al griego, pero no a quienes las han traducido al Latín. En verdad, en los antiguos días de la fe, quienes poseían un manuscrito griego y pensaba que tenía algún conocimiento de ambas lenguas era lo suficientemente osado como para emprender una traducción” (Doctrina Cristiana, II.11).

Desde nuestro presente punto de vista, la multiplicidad de estas traducciones, que estaban destinadas a ejercer una gran influencia en la formación del Latín eclesiástico, ayuda a explicar los muchos coloquialismos que asimiló, y que se encuentran incluso en los más famosos de estos textos, de los que San Agustín dice: “Entre todas las traducciones, es preferible la de Itala, porque su lenguaje es más exacto, y su expresión más clara” (Doctrina Cristiana, II.15).

Si bien es cierto que se han dado varias interpretaciones sobre este pasaje, la más aceptada, en general, es dice que la Itala es la más importante de las recensiones bíblicas de fuentes italianas: data aproximadamente del siglo IV, fue utilizada por San Ambrosio y por los autores italianos de aquella época, se preservó parcialmente en varios manuscritos, y se encuentra hasta en el mismo San Agustín. Con algunas ligeras modificaciones, esta versión de las obras deuterocanónicas del Antiguo Testamento fue incorporada en la “Vulgata”, de San Jerónimo.

3. Elementos provenientes de fuentes africanas

Incluso a este respecto África le había ganado de mano a Italia. Ya en el año 180 se hace mención en las Actas de los Mártires Silicios de una traducción de los Evangelios y de las Epístolas de San Pablo. “En tiempos de Tertuliano”, dice Harnack, “existían traducciones, si no de todos los libros de la Biblia , al menos de un gran número de ellos”. Sin embargo, ninguno de ellos poseía una autoridad predominante, aunque algunos empezaban ya a reclamar un cierto respeto. Así los encontramos a Tertuliano y a San Cipriano utilizándolos de preferencia, como se desprende de la concordancia de sus citas. Lo interesente en estas traducciones hechas por varias manos es que conforman uno de los principales elementos del Latín de la Iglesia : constituyen, por así decirlo, la contribución popular. Se ve en su despreocupación por las inflexiones complicadas, en sus tendencias analíticas, y en las alteraciones debido a la analogía. “Littérateurs” paganos, como dice Arnobius (Adv. Nat., I, xlv-lix), se quejaban, porque estos textos se editaban en un discurso trivial y pobre, con un lenguaje viciado y burdo.

Pero en la formación del Latín de la Iglesia, a la contribución popular hay que agregar la participación de los cristianos más cultos. Si el cristiano común podía traducir las “Actas de Santa Perpetua”, el “Pastor” de Hermas, el “Didache” , y la “Primera Epístola” de Clemente, le tocó a un erudito traducir al Latín el “Acta Pauli” y el tratado “Adversus haereticos”, de San Irenaeus, así como también otras obras que parecen haber sido traducidas en los siglos II y III.

No se sabe a qué países pertenecían estos traductores, pero, en el caso de las obras originales, África encabeza la lista con Tertuliano, que justamente se considera el creador de la lengua de la Iglesia.

Nacido en Cartago, estudió y quizás también enseñó retórica en aquel lugar: estudió leyes, y adquirió una vasta erudición; se convirtió al Cristianismo, fue elevado al sacerdocio, y puso al servicio de la Fe un ardiente celo y una poderosa elocuencia, de lo que dan fe la cantidad y el carácter de sus obras.

Trató los más diversos temas: la apologética, la polémica, el dogma, la disciplina, la exégesis. Tenía que expresar una serie de ideas que la simple fe de las comunidades occidentales todavía no había comprendido. Con su ardiente temperamento, su rigidez doctrinal, y su desdén por los cánones literarios, nunca dudó en utilizar la palabra puntual, la frase del día a día.

De ahí la maravillosa exactitud de su estilo, su incansable vigor y su alto relieve, los enérgicos tonos semejantes a palabras arrojadas impetuosamente: de ahí, sobre todo, la riqueza de expresiones y palabras, muchas de las cuales llegan por primera vez al Latín eclesiástico y quedan allí para siempre.

Algunas de estas palabras son griegas disfrazadas de Latín: baptisma, carisma, extasis, idolatria, prophetia, mártir, etc.; a otras, se les da una terminación latina: daemonium, allegorizare, Paracletus, etc.; otras son términos legales o palabras latinas utilizadas en un nuevo sentido: ablutio, gratia, sacramentum, saeculum, persecutor, peccator. La mayor parte son palabras completamente nuevas, pero derivan de fuentes latinas y, por lo general, con una inflexión según las reglas comunes que afectan a palabras análogas: annunciatio, concupiscentia, christianismus, coeaeternus, compatibilis, trinitas, vivificare, etc.

Muchas de estas nuevas palabras (más de 850) ya no existen, pero una gran parte todavía se encuentra en el uso eclesiástico; son principalmente aquellas que satisfacen la necesidad de expresar estrictamente las ideas cristianas. Tampoco es cierto que todas deban su origen a Tertuliano, pero antes de su época no se encuentran en los textos que nos han llegado, y muy a menudo es el mismo Tertuliano quien las ha naturalizado en la terminología cristiana.

El rol de San Cipriano en la construcción de la lengua fue menos importante. El famoso obispo de Cartago nunca perdió ese respeto por la tradición clásica que había heredado con su educación y su anterior profesión de retórico; conservó esta preocupación por el estilo, lo que lo llevó a la práctica de métodos literarios tan caros para los retóricos de su época. Su lenguaje lo muestra incluso cuando habla sobre temas cristianos.

Aparte de su imitación (más bien cautelosa) del vocabulario de Tertuliano, encontramos en sus escritos no más de sesenta palabras nuevas, unos pocos helenismos (apostata, gazophylacium), unas pocas palabras o frases populares (magnolia, mammona), u otras formadas por inflexiones agregadas (apostatare, clarificatio).

En el caso de San Agustín, fueron sus sermones dirigidos al pueblo los que contribuyeron en mayor medida al Latín eclesiástico, y nos lo presenta en su mejor forma; porque, a pesar de su afirmación de que no le importa en absoluto las burlas de los gramáticos, sus estudios de juventud conservan una dependencia demasiado fuerte como para permitirle su salida del discurso clásico más de lo que fuera estrictamente necesario. Fue el primero en encontrar una falla en el uso de ciertas palabras de uso común en la época, como por ejemplo “dolus” por “dolor”, “effloriet” por “florebit”, “ossum” por “os”. El lenguaje que utiliza incluye, además de una gran parte de Latín clásico, y el Latín eclesiástico de Tertuliano y San Cipriano, préstamos del habla popular de sus días (incantare, falsidicus, tantillus, cordatus), y algunas palabras nuevas o palabras con nuevos sentidos: spiritualis, adorador, beatificus, adeficare (edificar), inflatio, (orgullo), reatus (culpa), etc.

Consideramos que es inútil proseguir esta investigación en el ámbito de las inscripciones cristianas y las obras de Victor de Vito, el último de estos escritores latinos, ya que solo vamos a encontrar un Latín peculiar para ciertos individuos, más que el adoptado por cualquiera de las comunidades cristianas. Tampoco hay que detenerse en los africanismos, es decir, las características particulares de los escritores africanos. La misma existencia de estas características, antiguamente sostenida tan fuertemente por muchos filólogos, hoy en día está cuestionada en general. En las obras de varios de estos escritores africanos encontramos un marcado gusto por el énfasis, la aliteración y el ritmo, pero se trata de cuestiones que afectan más bien al estilo y no al vocabulario. Lo más que se puede decir es que los escritores africanos dan cuenta más del Latín como se hablaba (sermo cotidianus), pero su discurso no era una peculiaridad de África.
Ver la segunda parte de este artículo: Latín Eclesiástico (2)

Fuente (traducido de):

Dégert, A. (1910). Ecclesiastical Latin. In The Catholic Encyclopedia. New York: Robert Appleton Company.
véase el art. original en: The Catholic Encyclopedia


26 abr 2010

Bibliotecarios en la Iglesias Latina y Griega




1. El bibliotecario en la Iglesia romana

Antiguamente, en la Iglesia latina, el cargo de bibliotecario significaba una dignidad, al estilo del “cartofilacio” de la Iglesia griega, que reunía caracteres de secretario y canciller.


Casi siempre este cargo iba unido a las más altas dignidades, por lo que se otorgaba a los abades o sacerdotes de “incorruptible virtud”.
Por ejemplo, los bibliotecarios del Vaticano alcanzaron tanta importancia y dignidad, que los mismísimos obispos se sentían honrados si se les otorgaba ese empleo. Por otra parte, los Papas les confiaban, además, la tarea de anotar y expedir las actas pontificas: de manera tal que así llegaron a los puestos más altos dentro de las cortes papales.


Pero sin embargo, sus atribuciones y preeminencias nunca superaron a las del “cartofilacio” griego.


2. Cartofilacio


El “cartophilax” representaba a una de las más elevadas dignidades dentro de la Iglesia de Constantinopla. Se encargaba de redactar las sentencias de los Patriarcas, ponerles el sello, conocía todas las cuestiones en materia eclesiástica, y por lo general daba el visto bueno a los que debían ser promovidos a obispados, abadías, órdenes, etc.


Era una jerarquía parecida a la de los bibliotecarios de la Iglesia romana, pero en este caso disfrutaba de mayores prerrogativas. Como institución es antiquísima: ya aparece en los cánones del primer Concilio de Nicea.


El bibliotecario Atanasio nos describe los poderes del cartofilacio:


“Cartophilax interpretatur chartarum custos. Fungitur eodem officio cartophilax apud Ecclesiam Constantinopolitanam quo bibliothecarius apud Romanos, indutus videlicet infulis ecclesiasticorum ministrorum, et agens eclesiástica prorsus cuncta obsequia, exceptis illis solis quae ad sacerdotale specialiter ac proprie per tinere probantur officium. Sine illo proetera nullus proesulum, aut clericorum a foris veniens, in conspectum patriarchae missa recipitur nisi forte a coeteris patriarchis mittatur: nullus ad proesulatum vel alterius ordinis clericorum, sive ad proeposituram monasteriorum provehitur, nisi iste hunc approbet, et commendet, atque de illo ipse patriarchae, suggerat, et ipse praesentatet”.


El “cartophilax” era puesto en funciones en una ceremonia en la que se le entregaba una llave (la entrega de llaves tiene un significado muy importante, que voy a comentar otro día). Tenía la custodia de los sellos patriarcales, y de hecho llevaba siempre en el pecho el sello propio del Patriarca. Solía montar un mulo cubierto con una manta blanca, y llevaba una mitra y un anillo de oro.


En cuanto a sus funciones eclesiásticas, el cartofilacio era la mano derecha, el vicario, del Patriarca, y siempre precedía a los obispos en las asambleas eclesiásticas (menos en los concilios).


El “Epítome de los cánones de Harmenopoule” nos dice que estas atribuciones del cartofilacio provenían de una antiquísima costumbre refrendada por el Emperador Miguel:


“Soli cartulario concessum est ex longa consuetudine, et ex scripta Michaelis imperatoris, ut in exteris synodis etiam ante Pontifices sedeat”.


A raíz del abuso en la exigencia de precedencia por sobre los obispos, algunos concilios limitaron sus atribuciones, y dicha precedencia sólo se concedió en el caso de los sínodos, en donde asistían en nombre del Patriarca.


Este cargo conservó su tremenda importancia durante muchos siglos. En el sínodo de Ninfea (Bitinia), donde trataron infructuosamente de unir a los griegos con los latinos, el “Cartophilax sanctissimae magnae Dei Ecclesiae Constantinopoleos” sólo firmó en nombre de los Patriarcas de Constantinopla y Antioquía, como los demás obispos presentes, la “Professio fidei circa materiam in qua conficiendum erat Sacramentum altaris”.


3. Cartulario


Al cartofilacio también se lo conoce como “cartulario”, especialmente entre los romanos: frecuentemente el cargo de cartulario iba unido al del bibliotecario de la Santa Sede, y los Papas solían enviarlos como embajadores a las provincias, para determinadas cuestiones.


San Gregorio envía a África a uno de sus cartularios. En una carta dirigida al Obispo de Numidia (destino de la embajada) dice:


“Si qua damnatorum, vel privatorum negatiorum versatur intentio hanc tua fraternitas cum proedicto cartulario nostro privata cognitione perquirat, et inter utramque partem justitia procedente definiat”.


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Bibliografía


Diccionario de ciencias eclesiásticas: teología y moral… / por los señores Dr. D. Niceto Alonso Pruio, Dr. D. Juan Perez Angulo et. al. —Barcelona: Librería de Subirana Hermanos, Editores, 1883-1890 (tomo II)


Imagen: San Atanasio y San Cirilo

23 mar 2010

Manuscritos Coptos 3: La Iglesia Copta

Como ya habíamos dicho, la palabra “copto” procede del griego “Aigyptos”, que, a su vez, deriva de “Hikaptah”, uno de los nombres de Menfis, la primera capital del antiguo Egipto.

El uso moderno del término “copto” describe a los egipcios cristianos, pero también a la última etapa de la antigua lengua escrita egipcia. Además describe al arte y la arquitectura, con características distintivas, que se desarrollaron como una temprana expresión de una nueva fe.

La Iglesia Copta se basa en las enseñanzas de San Marcos, quien trajo el Cristianismo a Egipto durante el reinado del emperador romano Nerón, en el siglo I, varios años después de la Ascensión del Señor. San Marcos era uno de los cuatro evangelistas, y el único que escribió el más antiguo de los evangelios canónicos. El Cristianismo se difundió a lo largo de todo Egipto en el lapso de los apenas cincuenta años de la llegada de San Marcos a Alejandría, como se ve claramente en los escritos del Nuevo Testamento hallados en Bahnasa, en el Egipto Medio, que datan de alrededor del año 200, y un fragmento del Evangelio de San Juan, escrito utilizando la lengua copta, que se encontró en el Alto Egipto y que data de la primera mitad del siglo II.

Para leer el artículo completo, haga Click Aquí









5 feb 2010

Manuscritos Coptos (1)





El término “copto” se aplica a los cristianos en Egipto. La Iglesia Copta fue fundada en Egipto en el siglo I de nuestra Era. Se basa en las enseñanzas de San Marcos, quien llevó el cristianismo a Egipto en la época del emperador Nerón. Junto al resto de las antiguas iglesias orientales se separó de la Iglesia de Roma en el Concilio de Calcedonia, del año 451, pero en este punto vamos a hacer una pausa. Es un tema que en el próximo artículo voy a desarrollar con mayor exactitud.

Hoy quiero centrarme en los manuscritos coptos. Para ver el art. completo, Click Aquí

(o pueden ir directamente a la sección de la Iglesia Copta, de este mismo blog)

6 ene 2010

Bibliofagia


En el mundo cristiano, primero se diferenció entre un códice (libro de hojas pegadas) y los rollos escritos (volumina), que aparecen con mucha frecuencia en manos de los Apóstoles, cuando ya sea el mismo Cristo o por inspiración del Espíritu Santo, se les entrega como símbolo de la doctrina. (Imagen: los Cuatro Evangelistas, obra de Pedro Pablo Rubens, 1577-1640).





Por otra parte, el “Juez del Mundo”, “Pantokrátor”, es una representación iconográfica del Cristo juez, triunfante, sentado en actitud bendicente y como un monarca; su origen es bizantino, y se asimila al “Maiestas Domini”. Aparece representado con un libro en la mano, en donde están asentadas todas las acciones de los hombres; en otras representaciones está con los Evangelios en la mano izquierda. (Imag. a la izquierda).




El Apocalipsis de Juan es llamado el “Libro de los siete sellos”, sellos que sólo pueden ser abiertos por personajes inspirados.






Ejemplos de la iconografía del libro en el mundo cristiano hay una infinidad. La Virgen María es representada a menudo leyendo la Biblia o abriéndola. Los santos doctos también se presentan frecuentemente con libros: primero los evangelistas mismos, después, entre otros, Bernardo de Claraval, Antonio de Padua, Santo Domingo, Santo Tomás de Aquino, Santa Catalina de Alejandría, etc.














San Bernardo de Claraval


Abad y doctor de la Iglesia (1090-1153)





















Santo Tomás de Aquino
1225 - 1274
















Pero aquí quiero detenerme en un detalle: el extraño caso de la “bibliofagia”, que literalmente significa el acto de devorar un libro. Puede dar pie a extrañas interpretaciones, pero no. Los casos más famosos de bibliofagia aparecen en el Antiguo y el Nuevo Testamentos.






El caso de Juan de Patmos, o Apokaleta, que se traga el libro de la Revelación (Apocalipsis), es un símbolo de la interiorización del mensaje divino:




“… La voz que hoy había oído del cielo, de nuevo me habló y me dijo: Ve, toma el librito abierto de mano del ángel que está sobre el mar y sobre la tierra. Fuime hacia el ángel diciendo que me diese el librito. Él me respondió: Toma y cómelo, y amargará tu vientre, mas en tu boca será dulce como la miel. Tomé el librito de mano del ángel y me puse a comerlo, y era en mi boca como miel dulce; pero cuando lo hube comido sentí amargas mis entrañas. Me dijeron: Es preciso que de nuevo profetices a los pueblos, a las naciones, a las lenguas…” (Apocalipsis, 10, 8-11).








Al ingerir el libro, el bibliófago recibe directamente las enseñanzas, las propiedades puras, la transmisión de conocimientos, y adquiere así la facultad de expresarse de mejor forma. De igual forma actúan los pueblos antropófagos, que devoran a sus enemigos, por ejemplo, para obtener poderes sobrenaturales, para apropiarse de forma directa de las potencias del enemigo muerto.


Obviamente, la cuestión del sabor dulce en la boca y el amargor en el estómago se refiere al contenido del libro, suave y hermoso en su superficie y fuerte en su interior.


El profeta Ezequiel dice que Dios le presentó un rollo de papiro y le ordenó:


“Abre la boca y come lo que te presento. Miré y vi que se tendía hacia mí una mano con un rollo. Lo desenvolvió ante mí y vi que estaba escrito por delante y por detrás, y lo que en él estaba escrito eran lamentaciones, elegías y guayes.




Y me dijo: Hijo de Hombre, come eso que tienes delante; come ese rollo y habla luego a la casa de Israel. Yo abrí la boca e hízome él comer el rollo, diciendo: Hijo de Hombre, llena tu vientre e hincha tus entrañas con este rollo que te presento. Yo lo comí, y me supo a mieles” (Ezequiel 2,8 y 3,1-4).
Bibliografía
Fernando Báez: Historia Universal de la destrucción de libros: de las tablillas sumerias a la guerra de Irak. Barcelona: Ediciones Destino, 2004
Hans Biedermann: Diccionario de Símbolos. Barcelona: Paidós, 1993

5 oct 2009

Amazing Blondel




Hoy quiero dejar de lado, por un ratito, los códices y manuscritos. Les invito a escuchar un poco de música; este artículo ya lo había publicado en mi otro blog, pero igual quiero compartirlo con ustedes porque se trata de una banda inglesa de música folklórica con aires renacentistas. Y de paso amenizamos un poco el blog, no les parece?


Se trata de Amazing Blondel, una banda inglesa de folk progresivo acústico. Está compuesta por Eddie Baird, John Gladwin y Terry Wincott.


A veces se caracteriza su música como "psycho folk" o como rock folclórico medieval. Como ya había dicho al principio, es una música de base renacentista, incluso utilizando los mismos instrumentos de aquella época, como el laúd y la flauta dulce.


John Gladwin y Terry Wincott habían tocado en una banda “eléctrica” chillona llamada Methuselah (Matusalén). Cuando en 1969 dejaron la banda, comenzaron a trabajar en su propio material acústico.


Al principio su material se derivaba de la música folclórica, en sintonía con muchos otros intérpretes de la época. Pero no obstante comenzaron a desarrollar su propio lenguaje musical, influenciado en cierto punto por anteriores “revivalistas” como David Munrow, y por sus memorias de la infancia respecto a la serie de televisión “Robin Hood”, con su banda de sonido pseudo-medieval de Elton Hayes.


La banda recibió el nombre a partir de un personaje llamado Blondel de Nesle, músico de la corte del rey Ricardo I. De acuerdo con la leyenda, cuando Ricardo fue hecho prisionero, Blondel viajó por toda Europa central, cantando en todos los castillos para localizar así al rey y ayudarlo a escapar. El nombre le fue sugerido a la banda por un chef llamado Eugene McCoy, quien escuchó algunas de las canciones y comentó: “Oh, very Blondel!” y así comenzaron a usarlo. Luego se les pidió que agregaran un adjetivo (del estilo, por ejemplo, de The Incredible String Band), y así se conviertieron en “Amazing Blondel”.


Miembros de la banda


John David Gladwin y Edward Baird nacieron y se criaron en Scunthorpe, Lincolnshire; Terence Alan Wincott nació en Hampshire, pero luego se trasladó a Scunthorpe.


Todos ellos eran músicos excelentes. Gladwin cantaba y tocaba: guitarra de doce cuerdas, laúd, contrabajo, theorbo, cítara, tabor y campanas tubulares. Wincott cantaba y tocaba: guitarra de seis cuerdas, harmonium, flauta dulce, ocarina, conga, crumhorn (corno), órgano de tubos, tabor, clavecín, piano, melotrón, bongós y percusión. Baird cantaba y tocaba: laúd, glockenspiel, cítara, dulcimer (dulcémele), guitarra de doce cuerdas y percusión.


Instrumentos


Como ya vimos, Amazing Blondel utilizaba una amplia gama de instrumentos. Pero lo más importante para su sonoridad era el uso de los laúdes y las flautas dulces.


Al realizar giras artísticas, notaron que el laúd resultaba bastante difícil de ejecutar en un escenario (en términos de amplificación y afinación), y en 1971 encargaron la fabricación de guitarras de siete cuerdas, que podían tocarse en la misma afinación que los laúdes. El diseño y la construcción de de estos instrumentos estuvieron a cargo de David Rubio, quien fabricaba guitarras clásicas, laúdes y otros instrumentos antiguos para intérpretes clásicos (incluyendo a Julian Bream y John Williams).


El instrumento de Gladwin fue diseñado para tener un sonido ligeramente más bajo, y se utilizaba principalmente como acompañamiento; mientras que el de Baird tenía un énfasis un poquito más agudo. Los dos instrumentos funcionaban muy bien individualmente, pero también armonizaban increíblemente juntos. Además resultaron ser estables (desde el punto de vista de la afinación) para ejecuciones en el escenario. Finalmente, en las guitarras se incorporaron micrófonos internos para simplificar la amplificación.


Estilo musical


Es muy difícil de encuadrar. La mayor parte de su música fue compuesta por ellos mismos, pero se basaba en la forma y la estructura de la música renacentista. Por ejemplo, presentaban pavanas, galiardas y madrigales. A veces se la describe como “psycho folk”, pero posiblemente les hubiera molestado a los mismísimos miembros de la comunidad psicodélica y la folclórica. Terry Wincott la describía como “música pseudo-Elizabethiana/Clásica acústica cantada con acento británico”. Eddie Baird no tenía la menor idea.


Su música ha sido comparada con la de Gryphon y Pentangle; pero en realidad Amazing Blondel no capturó las influencias del rock (como Gryphon) ni tampoco del jazz (como Pentangle). También se los compara con Jethro Tull.


Para visitar su página: http://www.amazingblondel.com/


Algunos fragmentos musicales: el primero es "Cantus Firmus to Counterpoint", en la Catedral Lincoln, 1972.





Seascape (Amazing Blondel), Noruega, 2004.



Saxon Lady (Amazing Blondel)







21 ago 2009

Sobre la simbología del Diablo

Buenas noches queridos amigos,

Acabo de publicar un artículo sobre la simbología del diablo, pero lo he puesto en la sección "Codex Gigas". Naturalmente, pensé que el tema de la Biblia del Diablo se prestaba para profundizar más sobre la imagen simbólica del diablo, el macho cabrío, el infierno, en la pintura, en la literatura... Así que si lo desean, ya saben: pueden ir a la Sección Codex Gigas, en este mismo blog.

Lo que sí me gustaría aclarar, sin ánimo de herir susceptibilidades, es que se trata simplemente de un artículo en el que hablo (o intento hacerlo) del aspecto simbólico del diablo y sus representaciones relacionadas (macho cabrío, infierno, brujas, etc.). No es mi intención entablar discusiones teológicas, ni hacer cadenas de oraciones ni nada. No se enojen, pero quería aclarar esto.

Muchas gracias, queridos amigos, hasta pronto!!!!!

18 jun 2009

Physiologus



El “Physiologus” es una colección de narraciones con fines moralizadores, que utiliza como alegorías figuras de animales. Fue uno de los libros más populares de la Edad Media, apareciendo en la mayoría de las lenguas vernáculas de Europa, igual que en griego (su lengua original) y latín.

Fue la base de los posteriores bestiarios, que se agregaron a las existencias de historias y moralizaciones. Se escribieron muchas versiones, tanto en prosa como en verso. Algunas dejaron de lado las moralizaciones, mientras que otras se expandieron un poco más al respecto.

Como el verdadero autor del Physiologus griego no se conocía con exactitud, se lo atribuyeron a varios escritores griegos y latinos (de la Iglesia Cristiana) en la Edad Media, incluyendo a Epifanio, Pedro de Alejandría, Basilio, Juan Crisóstomo, Athanasius, Ambrosio, y San Jerónimo. Incluso llegó a decirse que algunos autores pre-cristianos, como Salomón y Aristóteles, habían escrito algunas de sus partes.

No se sabe con certeza cuándo y dónde fue escrito, aunque el consenso general admite que probablemente fue producido en Alejandría, en algún momento entre los siglos III y IV. La fecha se basa en las evidencias que se encuentran en el mismo texto y en otras fuentes de por lo menos el siglo V. El lugar se sugiere a raíz de los animales descritos, de los cuales muchos se conocían sobre todo en Egipto.

El texto original, en griego, contenía entre 40 y 48 capítulos. Lamentablemente no sobrevivió ninguna copia manuscrita del texto original; las versiones más antiguas que se conocen son traducciones en latín.

A lo largo de los siglos fue creciendo el número de capítulos. También cambiaron las bestias descritas, se añadieron algunas y se eliminaron otras. Obras de autores tardíos, como Isidoro de Sevilla (obispo del siglo VI-VII), y las de otros autores de textos enciclopédicos (muy populares en la Edad Media), se fusionaron con el Physiologus; el resultado fue un bestiario medieval de los siglos XII y XIII.

A menudo se traduce “Physiologus” como “el naturalista”, pero esto puede resultar un poco engañoso. El Physiologus no es una “historia natural”, del estilo, por ejemplo, de la obra de Plinio el Viejo, del siglo I, “Historia Natural”, o la de Aristóteles: “De Animalium”. La intención de estos autores era describir lo que se conocía como “naturaleza” en aquella época, para difundir el conocimiento objetivo. En cambio, el autor del Physiologus utiliza algunas descripciones de animales, que se encuentran en obras más antiguas, pero su propósito es diferente: las historias van a ilustrar el significado más profundo, el significado explícitamente cristiano, religioso, dogmático, alegórico, que se entendía estaba inserto en la naturaleza.

El Physiologus nunca tuvo la intención de ser un tratado de historia natural. Tampoco la palabra significa simplemente “el naturalista” (al menos como nosotros entendemos el término); sino que hay que interpretarlo en un sentido metafísico, moral, y, finalmente, místico, de la significación trascendente del mundo natural.
Fuente: The Medieval Bestiary

24 may 2009

Bestiario Medieval: El Pelícano


Pelícano
Nombre latino: Pelicanus
Otros nombres: Honocrotalus, onocrótalo

Imagen: Museum Meermanno, MMW, 10 B 25, Folio 32r




Atributos generales



Cuando los pelícanos jóvenes crecen, comienzan a atacar a sus progenitores en la cara con sus picos. A pesar de que los pelícanos sienten un gran amor por sus jóvenes, contraatacan y los matan. Después de tres días, la madre atraviesa su costado o su pecho y deja que la sangre caiga sobre las aves muertas, y de esta forma las revive. Algunos dicen que es el pelícano macho el que mata a los jóvenes y luego los reviven con su sangre.



Los pelícanos viven en Egipto. Hay dos clases: una vive en el agua y se alimenta de animales perniciosos como los cocodrilos y los lagartos; la otra clase, con un largo cuello y también un largo pico, emite un sonido parecido al de los asnos, cuando bebe (se llama “onocrotalus”). Algunos sostienen que estas dos clases se distinguen por otros atributos: la que vive en el agua se alimenta de peces, mientras que la que vive en las islas se alimenta de animales “sucios”. El pelícano tiene un hambre insaciable, su estómago no puede alojar comida por mucho tiempo: todo lo que come es inmediatamente digerido.



Alegoría/Moral



El pelícano representa a Cristo, a quien la Humanidad atacó al cometer pecados; el costado abierto del pelícano representa la muerte de Cristo en la cruz y el derramamiento de su sangre para revivirnos. El Bestiario de Aberdeen agrega que el hambre del pelícano significa que “… la vida de un ermitaño está modelada en base a la del pelícano, en el sentido que éste vive del pan pero no busca llenar su estómago; no vive para comer, sino que come para vivir”.



Fuentes (por orden cronológico)



Plinio el Viejo (siglo I d.C.) (Historia Natural, Libro 10, 66): los pelícanos tienen un segundo estómago en el cuello, donde las insaciables criaturas colocan la comida, aumentando su capacidad; más tarde, toman la comida de ese estómago y la pasan al estómago verdadero.
Isidoro de Sevilla (siglo VII d. C.) (Etimologías, Libro 12, 7:26): el pelícano es un ave egipcia que vive en la soledad del río Nilo. Se dice que [aquí Isidoro expresa una cierta duda al respecto] la hembra mata a sus crías y llora por ellos durante tres días, luego se hiere a sí misma y arroja su sangre sobre ellos para revivirlos. (Libro 12, 7:32): tiene un nombre griego (onocrótalos) por su largo pico; hay dos clases, acuática y solitaria.



Guillaume le Clerc (siglo XIII) (Bestiaire): El pelícano es un ave maravillosa que habita en las zonas cercanas al río Nilo. La historia escrita nos dice que hay dos clases, la que vive en el río y come nada más que peces, y la que vive en el desierto y come solamente insectos y gusanos. Hay algo maravilloso sobre el pelícano, nunca la oveja amó tanto a sus corderitos como la hembra del pelícano ama a sus crías. Cuando nace el hijo, los padres le dedican todo el cuidado y el pensamiento para nutrirlo. Pero los jóvenes pelícanos son ingratos, y cuando han crecido lo suficiente, están fuertes y seguros de sí mismos, atacan a picotazos a sus padres en la cara, y él [aquí es el macho], enfurecido por semejante maldad, los mata a todos. Al tercer día, el padre se acerca, profundamente conmovido, con mucha pena y dolor. Con su pico se hiere a sí mismo, en un costado, hasta que la sangre brota. Con la sangre lleva vida nuevamente sobre los cuerpos de sus jóvenes.



Ilustración



La ilustración de los pelícanos está altamente estandarizada, y se encuentra en una gran variedad de escenas, incluyendo manuscritos, esculturas, y tallas en iglesias, como los misericordios. La disposición de la madre pelícano y su cría se llama “el pelícano en su piedad”; consiste en la madre de pie ante sus polluelos muertos (o revividos), con la cabeza inclinada hacia abajo en una grácil curva, para cortar su pecho y gotear sangre sobre sus hijos. En algunas ilustraciones la madre arroja su sangre sobre los polluelos, o los polluelos se estiran para alcanzar las gotas de sangre que caen. Unos pocos manuscritos muestran la historia completa de la madre que mata a sus hijos y luego los revive.

Fuente: The Medieval Bestiary
véase el art. original en:
http://www.bestiary.ca/intro.htm